martes, 30 de marzo de 2010

9. La culpa la tuvo Nietzsche y su “Genealogía de la moral”

Hola amig@s:

Tienen razón en todo, pero no puedo controlar mis emociones. ¿Qué hacer?
Las cosas siguieron su curso, Bruno se volvió insistente, quería verme todos los días y a todas horas. Yo ya no estaba muy segura de mis verdaderos sentimientos. Me gustaba, lo apreciaba, me encantaba todo lo que me decía: que era el amor de su vida, que me quería, que no podía dejar de pensar en mí, que si no le hacía caso se iba a hundir en la más terrible depresión, que me deseaba, que estaba dispuesto a morir por mí, que por favor… Me llegó a decir que él había estado junto a Leonardo el día de la serenata y que le había dado gusto que yo lo hubiera rechazado:

“Es que le gustas a todos. Me dijo. No quiero que se me adelante un wey y perderte. Ya, hazme caso.”

Una noche, después de la última clase me acompañó a mi coche. En el camino me tomó de la mano y yo lo dejé hacer. Enseguida me pasó el brazo sobre los hombros y caminamos así, en silencio.

“Ya no puedo más Miranda, te juro que me traes loquito”. Bruscamente me beso. Esta vez no pude rechazarlo. El beso se suavizó y se hizo profundo como las sombras de esa noche. Estuvimos estrechándonos, fundiéndonos en un abrazo interminable. Así se inició una nueva etapa en nuestra relación. Nos escapábamos entre clases para besarnos entre los árboles, donde nadie pudiera vernos. Íbamos al cine y difícilmente veíamos la película. Primero fueron besos y después caricias apasionadas.

“No debemos. No debemos. Tenemos que olvidarnos de todo esto. Ya no debemos vernos más”. Le decía.

“Por favor”. Era su respuesta. Mientras la pasión seguía en aumento.

No podía dejar de sentirme culpable. Sin embargo, no lograba ponerle un fin a nuestros encuentros. La atracción que Bruno me despertaba era superior a mis fuerzas. Yo sólo me deshacía entre sus brazos como burbuja de jabón en las manos de un niño.

“Vamos a mi casa, por favor”. Insistía.

“No es posible, Bruno”.

El jueves cinco de marzo, se canceló la conferencia: Nietzsche: lo bueno, lo malo y la culpa en la Genealogía de la moral. Como salimos temprano, Bruno me invitó a tomar un café a su casa. Por primera vez, acepté. Sabía a qué iba y, a pesar de mis reparos y mis dudas, después del café y varias copas de vino para brindar por nuestro encuentro, la entrega fue total. Sentía que no iba a poder resistirme y así fue. Sus manos abarcando mi piel, su abrazo ardiente, el calor de su cuerpo, sus labios en mi boca, sus palabras de amor, arrasaron con todo. Ahora, ya somos amantes.

Y no puedo dejar de sentirme culpable.

Un beso, Miranda

5 comentarios:

  1. akbo d dsKubriR tu blog y la vRdad no sé K dciRt A mí m parec Ke BrUnO esTA muy inteResado No Kreen? Pro fuiSte dmaSiado facil AkosTarT asi Kon el Ni siKiera T pRopuso naDa un fuTuro o alGo seRio

    ResponderEliminar
  2. culpable? al cuerpo lo que el cuerpo pida, no?

    ResponderEliminar
  3. Si te metes en el departamento de un tipo sabiendo lo que anda buscando, después no puedes salirnos con que te sientes culpable. Culpable de qué? No te hagas wey. Él quería y tú querías y lo que tuvo que pasar pasó. Claro, hay hombres que se las traen que son unos cabrones como Felipe. Pero siempre hay algo que se puede hacer contra todos los pelafustanes del mundo. Por ejemplo decir NO.
    Y quién es Felipe? Pues, es un amigo, muy amigo mío que me invitaba a salir frecuentemente. Yo sabía lo que quería. Bueno, quería lo que quieren todos. Una noche me invitó a chelear y estuvo encantador. Ya de regreso a mi casa, su teléfono celular sonó. Su cara, antes amable se volvió de piedra. Qué quieres? En la distancia, la voz de una mujer le decía: te quiero mucho Felipe, te vine a buscar a tu departamento. Dónde estás? Estoy ocupado, le contestó seco. Pero, dónde? Necesito verte. Ya te dije que estoy ocupado. Adiós. Colgó. Enseguida su rostro se dulcificó. En qué estábamos? preguntó. Oye, que miedo hablarte por teléfono, eres un cabroncito de lo peor. Así, quién se atreve. Le dije. En qué estábamos? Volvió a preguntar. Quién era? Se oía intranquila la chava ¿no estaría embarazada?, lo interrogué riéndome. Me sonrió con una mueca de pocos amigos y aunque quiso besarme a la puerta de mi casa, le dije no y me despedí de prisa.
    Después me enteré que la pobre chava sí estaba embarazada del güey.

    ResponderEliminar
  4. Esta chava anda en la baba, enredarse con un Felipe así! Pobre!
    Camila, por favor, no compares a Bruno con ese gañán.

    ResponderEliminar
  5. Que bueno que Nietzsche tuvo la culpa de que ustedes se re-encontraran, pero tu no te sientas culpable, asi es esto, y al cuerpo lo que pida, para eso estamos vivos.

    ResponderEliminar