miércoles, 24 de febrero de 2010

1. ¿La imaginación al poder?

Hola amig@s:

Muchas veces sentimos la necesidad de explicar nuestra vida para lograr apoyo y poner en orden nuestros pensamientos. Es importante, por lo tanto, escoger las palabras y encontrar el tono adecuado para narrar, si deseamos construir una historia creíble. Sin embargo, les contamos a los amigos un relato de ficción, donde nos convertimos en grandes héroes o heroínas, siempre nobles y leales. Todo lo malo siempre es culpa de los otros. Nos esforzamos en vender un retrato atractivo, eliminando nuestros detalles mezquinos, enriqueciendo con aventuras desbordadas el tedio de nuestra existencia para tratar de ganar el interés y la simpatía de los que nos escuchan o leen. La prioridad es pulir nuestra imagen.

Sin embargo, yo estoy decidida a contar mis últimas experiencias a través de este blog, entregarles mi historia, mi novela, (¿podría llamarla blovela?) con los acontecimientos verdaderos, sin fingir bondad donde no la hay, sin querer aparentar lo que no soy. De esta manera siento que podré asimilar mi realidad.

Para empezar, debo decirles que mi vida últimamente es un desastre y todo lo que me ocurre ha terminado con mi tranquilidad. Por esto, necesito tener comunicación con nuevos amig@s que me den sus opiniones y me apoyen. Probablemente para algunos no será fácil comprenderme; yo misma no puedo aquilatar todo lo que me ha sucedido. Pero, por favor, mándenme sus comentarios

No quiero aburrirlos con un rollazo lleno de detalles, aunque pudiera ayudar a que me entendieran mejor. Seré concisa.

Mi historia comenzó con un evento inesperado:

Una tarde, que no tuve clase, fui a la Librería del Sótano para curiosear y matar el tiempo. Pregunté por "Más allá del bien y del mal" de Nietzsche y me dijeron que no lo tenían. Me puse a hojear un libro que llamó mi atención, cuando una voz me arrancó de mi ensimismamiento.

“Lo que se hace por amor está más allá del bien y del mal”. Dijo.
“¿Cómo?” Pregunté desconcertada.

“Lo dijo Nietzsche, ¿no?”

“Ah, sí, claro.”

“Oye.” Me dijo. “Te conozco y te conozco bien”.

“No creo”.- Contesté, mirando al joven desconocido, de aspecto sonriente.

“Claro que sí. Mira ¿en dónde estudias?”

“Pues tú dímelo. Tú me conoces bien”.

“¿Dónde hiciste la primaria? Creo que ahí fue. ¿No estuviste con la Maestra Valle?”

“¿En qué escuela?”. Pregunté.

“Bueno, ¿por qué no me das tu teléfono para que sigamos discutiendo el tema?”

“Mi teléfono está en el directorio.”

“¿Y tu nombre?”.

“También está en el directorio”. Contesté.

“Necesito volver a verte, no podemos dejar el tema a medias”.

Este tipo es puro choro, pensé. Me alejé simulando buscar otro libro. Vino detrás e insistió:

“¿Estudias o trabajas?”. Preguntó riéndose.

“Estudio”.

“¿Dónde?”

“En la Facultad de Filosofía y Letras”. Le dije e inmediatamente me asombré de haberle soltado la información.

“¿Horarios?”

“Investígalos”. Le dije. “Adiós”.

En un par de días me lo encontré, primero, mezclado entre los estudiantes en el auditorio donde se presentó la conferencia "De la condición natural del género humano, en lo que concierne a su felicidad y su miseria"; posteriormente, en todos los eventos a los que yo acudía y en la cafetería. Después, apareció sonriente en la puerta del salón de mi clase de "Imaginación y poder". O, ¿se llamaba "La imaginación al poder"? No recuerdo bien.

De esta manera empieza esta historia, que me ha hecho muy feliz y muy desgraciada a la vez. Pero ya es tarde. Mañana sigo.

Un beso, Miranda

2 comentarios:

  1. Oye, no se puede ligar con los ojos cerrados. Te voy a contar lo que me pasó a mí por andar conociendo gente a través de internet. Claro que a este chavo al menos le viste la cara.
    Fíjate que un día hice una cita con un tipo, de nombre Salvador. Chateábamos y nos mandábamos mensajes que se fueron poniendo cada vez más íntimos. Me dijo que tenía 24 años, que era alto, delgado, deportista, ojos claros, grandes, y no sé qué tantas cualidades. Finalmente, quedamos de conocernos en un café con nombre en inglés. Me dijo que iría vestido con una chamarra de cuero negra, pantalones de mezclilla azules, tenis y lentes oscuros. Me lo imaginé como un súper galanazo de cine, haz de cuenta un Brad Pitt pero mexicano. Ahí estuve aburrida ante una taza de café y nunca llegó. Esa noche, el wey me mandó un mail comentando la ropa que había yo llevado a la cita, mi aspecto, el color de mi pelo. Sabía que yo había estado sentada hora y medía esperándolo y me lo restregó en la cara. Lo más desagradable fue que me siguió y me dio las señas de mi casa incluyendo el color del coche de mi papá. Investigó mi dirección y mientras los días pasaban me fue detallando la gente que entraba y salía de mi domicilio y en qué horarios. No manches, no sabes cómo me apaniqué.
    ¡Ojo!
    Un saludo, Jimena

    ResponderEliminar